Las Naciones
Unidas y el mundo en general pueden tener a mucha honra el grandioso triunfo
de la Convención sobre prevención y castigo del crimen de
genocidio.
Genocidio es el nombre nuevo de un mal antiguo que las Naciones Unidas
definen hoy como un crimen internacional. En su sentido literal, genocidio
significa la destrucción intencional de grupos nacionales, raciales,
religiosos o étnicos.
La Convención fue ratificada por el imponente numero de cincuenta
y una naciones [Junio 1956], que representan mas de la mitad de la población
del mundo: Afganistán, Albania, Alemania, Arabia Saudita, Australia,
Bélgica, Brasil, Bielorrusia, Bulgaria, Camboja, Canadá,
Checoslovaquia, Chile, China, Costa Rica, Cuba, Ceilán, Corea, Dinamarca,
Ecuador, Egipto, El Salvador, Etiopia, Filipinas, Francia, Grecia, Guatemala,
Haití, Jordania Honduras, Hungría, Islandia, Israel, Italia,
Laos, Líbano, Liberia, Mónaco, Nicaragua, Noruega, México,
Panamá, Polonia, Rumania, Suecia, Siria, Turquía, Viet-Nam,
Yugoslavia, Ucrania, y la Unión Soviética.
Merecen especiales felicitaciones y comprometen nuestra gratitud las naciones
incluídas en este grupo que, sin formar
parte de la organización internacional, han contribuído
así a universalizar sus funciones, a pesar del estancamiento
existente en cuanto a la aceptación de nuevos miembros. Ellas
dan vida en esta forma a la esperanza de que muchas otras naciones
colaboren en esta humanitaria obra de las Naciones Unidas, a cuyo
servicio el profesor Rafael Lemkin, quien acuñó
la palabra genocidio, está dedicado con apostólico fervor.
Con impresionante regularidad el hombre se ha dejado arrastrar hacia
la violencia y el genocidio a lo largo de su historia. A pesar de
los progresos de la civilización, el genocidio marca al siglo
XX como uno de los más terribles de la existencia del mundo.
Grandes han sido las pérdidas, en vidas y en valores culturales,
durante su transcurso.
Pero en lo hondo del corazón, el hombre guarda un fervoroso
anhelo de equidad, de amor y de justicia. Sobre todo, grande es el
ansia de seguridad que sienten los segmentos más débiles
de la Humanidad: las minorías y las pequeñas naciones.
El éxito de la convención es grande hoy, y lo será
mayor mañana, porque ella encarna necesidades y deseos universales
sobre todo, porque su nombre, la palabra genocidio, lleva en sí
una sanción moral, un repudio del mal, un proceso, proceso
en que todo hombre y toda mujer que piensa toman parte.
Frente a los daños irreparables del genocidio, las Naciones
Unidas han tenido la inspiración de introducir en la convención
no solamente el deber de castigar, sino también el de prevenir
este crimen. En ese sentido, ella incluye la ley y la sociología.
El artículo 5 de la convención obliga a las partes contratantes
a introducir la definición del crimen de genocidio y su castigo
en la legislación interna de cada una. En esta forma, la acción
de la Organización de las Naciones Unidas encontraría
apoyo en el código penal de cada país.
Las leyes internas y el empleo de la palabra genocidio en el derecho
penal de todos los países, pondrían más vitalidad
en la definición y acrecentarían el sentido de la seguridad,
en el mundo. Es éste un acto cuya urgencia reclama la atención
inmediata de América Hispana.
Pero la prevención es, además, una cuestión educativa.
Ella representa devolver su flexibilidad a las arterias esclerosadas de
la sociedad, Para que por ellas circulen de nuevo sus sensibilidades. Es
una obra que requiere constantes esfuerzos.
Para que el mundo tenga siempre presente el problema que encarna la
convención sobre genocidio, no basta introducir esa definición
en las leyes de las naciones. Preciso es también llevarla a las
conciencias, al terreno cultural, a la literatura, a la música,
a las bella artes, a cauta causa de opinión publica sea posible
encontrar.
El 12 de enero de 1951, la convención entro en
vigencia, y m fecha debe convertirse en un día especial para
el mundo: el Día de la prevención del genocidio. . .
Día dedicado no sólo al recuerdo de las víctimas
de ese crimen, sino también al balance de la obra realizada
en cumplimiento del contenido de la convención.
Dentro de un plan de acción y en el desarrollo de sus ponderadas
actividades, las Naciones Unidas continuáran, sin duda, prestando
su apoyo a la convención sobre genocidio, documento que impone
a las naciones el sagrado deber de evitar la destrucción de
grupos nacionales, raciales, religiosos y étnicos de la Humanidad,
valiosos residuos de la vida espiritual del mundo.
Al protegerlos, nos protegemos a nosotros mismos. La convención
sobre genocidio debe ser respetada y sostenida. No deben socavarla
arteras negociaciones. Preciso es darle fuerza para hacer de ella
parte de la energía vital de nuestra civilización.